Con mi madre y el castillo de fondo.
La visita a Disney nos dejó una anécdota divertida. Antes que nada hay que decir que mi madre, mi hermano y yo somos bastante cautos (por no decir cagones) y no queríamos montarnos en nada que fuera muy rápido ni mucho menos que nos pusiera cabeza abajo. Por eso poníamos mucha atención antes de montarnos en una atracción. El caso es que nunca sospechamos que una de ellas, decorada con ranas y adorables perritos, nos guardaba una sorpresa. Íbamos navegando en nuestro tronco muy tranquilamente cuando mi hermano advirtió que en el sentido contrario había no una cuesta, sino una pared prácticamente, por la que caían los troncos. A partir de entonces empezó la agonía, conscientes de lo que nos esperaba. Incluso tuve ganas de llorar o de saltar del tronco, fueron los dos minutos más horribles y largos de mi vida, pero al final sobrevivimos. Eso sí, salimos empapados y seguía lloviendo, así que caminamos un poco más y nos volvimos al hotel.
Con mi madre en la entrada al barrio de Mickey.
En casa de Mickey.
La famosa cuesta de los troncos.
Con mi madre en la casa de Robinson Crusoe.
El martes fuimos a los estudios Universal, pese a que seguía lloviendo torrencialmente. Aquí pusimos el doble de atención a los juegos a los que nos subíamos ya que sí que tienen unas montañas rusas increíbles, pero salvo por la atracción de la película La Momia, no nos montamos en ninguna que fuera excesivamente rápido.
Con mi hermano, llegando al parque (todavía secos).
En la entrada a la atracción de Los Simpsons.
En la entrada del Badulake.
Y después de empaparnos todo el día cogimos el coche y de vuelta a Miami, a donde llegamos pasadas las 10 de la noche. Allí pasamos los últimos días juntos ya que mi madre se fue el domingo y mi hermano el jueves, aunque yo el martes me fui para Los Ángeles así que nos despedimos antes. Ya en la próxima entrada os cuento de la ciudad de las estrellas, donde me encontré a más de una (hay fotos, pero todavía no las tengo yo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario