viernes, 8 de mayo de 2009

Sargento John Giles

Una de las cosas que he aprendido este año en Estados Unidos es que los norteamericanos tienen una capacidad asombrosa para decorar sucesos más o menos corrientes y convertirlas en espectaculares historias, cuando no en películas. De ahí que no acabe de creerme del todo lo que voy a contar a continuación, pero me pareció tan entretenido que quería compartirlo con vosotros. Durante mi viaje a San Francisco visité la cárcel de Alcatraz, como comenté en la anterior entrada. Era 4 de mayo y se cumplían 63 años desde la batalla de Alcatraz, por lo que se habían organizado en la biblioteca de la prisión diversas charlas sobre los 14 intentos de fuga que tuvieron lugar antes del cierre de la cárcel.
Cuando llegué a la biblioteca todo el mundo escuchaba atentamente las historias del guardia, así que decidí quedarme a oírlo pese a que su extraño acento hacía que solo comprendiera lo que contaba en parte. Di por perdida la historia que narraba en ese momento y centré todo mi esfuerzo y concentración en la siguiente.En julio de 1945 tuvo lugar uno de los intentos de fuga más ingeniosos de la historia de la prisión. John Giles había sido condenado por un intento de robo y no tenía nada de especial. No era violento ni demasiado inteligente, pero hizo de la paciencia su mejor virtud. Durante ocho años, y aprovechando que trabajaba en la lavandería de la prisión, fue guardando partes de los uniformes del ejército que le llegaban. Así, cuando tuvo reunido todo lo necesario para hacerse pasar por un soldado, el 31 de julio se mezcló entre éstos y se montó en el barco que creía lo llevaría a San Francisco y por tanto, a la libertad.
Para su desgracia, al llegar Angel Island (el verdadero destino del barco que servía de hub militar) dieron aviso de que faltaba un preso en Alcatraz, y tras el recuento de soldados sobre el barco notaron que sobraba uno. John Giles no tenía ninguna placa que lo identificara, pero se justificó diciendo que se había caído al agua y había perdido su identificación. Entonces el oficial al mando del barco le preguntó por su nombre. Era una pregunta sencilla, que probablemente durante los ocho años que planeó su fuga pudo imaginarse que le harían, y tiempo le sobró para tener lista una respuesta llegado el momento. Con seguridad, sin demorarse apenas, contestó “¡Sargento John Giles!”, y ahí acabó su sueño de libertad.Horas más tarde estaba de vuelta en su celda de Alcatraz.
Pese a todo, está considerado el intento de fuga que más cerca estuvo de concretarse de todos.Con el tiempo, a Giles le preguntaron si se arrepentía de no haberse preparado la pregunta, pero él no se lamentó: “No, eso no es algo que me moleste. Lo peor de aquella respuesta fue que desde entonces todo el mundo me llama ‘sargie’ (forma informal de llamar a un sargento)”.

John Giles.

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