martes, 4 de agosto de 2009

¿De dónde soy?

Una mujer se me acerca y me dice: “Perdona, ¿eres español verdad? Es que te he escuchado hablando antes con tu amigo”. Yo respondo: “Si, bueno, en realidad…” y, tras vacilar un poco, decido que la historia es demasiado larga y me limito a asentir con la cabeza. Me pide que le haga una foto y se marcha. Yo en cambio me quedo de pie y con la mirada perdida durante cinco minutos, en la puerta del museo antropológico de México. Me pregunto de dónde soy. Pienso en Argentina, donde nací, me eduqué y pasé la mayor parte de mi vida. Allí tengo a mi familia y a muchos de mis amigos. Por otro lado, soy consciente de que tengo un acento extraño y que en los últimos años he adquirido costumbres que me alejan un poco de mi país de origen.
Es entonces (y todo esto pasa en no más de cinco minutos, os lo juro) cuando miro a mi alrededor y me doy cuenta que mis orígenes tienen mucho más que ver con ese paisaje que con España. Que aunque en la calle me pregunten en inglés que de dónde vengo, en el fondo soy más parecido a los mexicanos de lo que incluso yo me creía. Es un sentimiento muy difícil de explicar, pero con este viaje a México siento que me estoy reencontrando con mis raíces. Cuando en los semásforos veo a niños de cinco años pidiendo monedas es como volver a tener catorce años e ir en el coche con mi madre camino del colegio. O cuando en el metro otro chico que no llega a los 18 vende libros y recita de memoria los títulos de decenas de clásicos literarios, pienso en la lectura como el más universal y democrático de los refugios, donde van a esconderse miles de argentinos que no tienen qué comer, pero que siempre cuentan con un libro a mano para pasar el rato. Incluso en la vestimenta, al ver a los chicos de mi edad con ocho pulseras en cada muñeca y un collar de madera, recuerdo que yo también me vestía así antes de lucir como lo hago ahora.
Por eso, además de para recordarme de dónde vengo, este viaje me está sirviendo para concienciarme del cambio que he sufrido desde que me fui de casa. Entonces oigo que Monti, mi compañero de viaje, me llama para que me dé prisa y entremos a la primera sala del museo. Me incorporo y empiezo a caminar, pero sigo preguntándome de dónde soy. Ya sin reflexiones, ahora son solo palabras. Palabras que no me dejan tranquilo, pero al menos ya sé que nunca podré responder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

TE AMO HIJITO HERMOSO!!!!!